Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Que un psiquiatra escriba una novela, siempre ha sido riesgoso. Las estructuras de análisis del comportamiento humano cuando no estandarizan, ahogan las posibilidades creativas de una narración. Pero el médico Mauricio Estrada ha corrido esos riesgos y con un texto picante desde el título “El prepago que vino del cielo” construye una narrativa que roza los límites de lo inverosímil pero siempre está dentro de los marcos tradicionales que ajustan cualquier novela de corte homosexual.
La historia de dos médicos, gay ambos, que se someten a una relación que unas veces es de closet, otras de amor frustrado y al final termina siendo fruto podrido que se comerán los gusanos, es atrayente y bien joteada.
El médico cirujano alcohólico, divorciado pero padre de un hijo distante, que deja de beber cuando se encuentra en una calle de Medellín un prepago que exactamente parece venido del cielo, pues le sobran cualidades y no le hace mella ningún defecto, se convierte con el vértigo novelístico en un personaje analizable aburridoramente por el psiquiatra narrador, pero en un gancho para el lector que no sabe cómo va a terminar esa historia de hadas.
Las consultas a una bruja pantagruélica en una casa de citas de la barriada de San Benito, eleva la truculencia pero aleja la verosimilitud porque nadie se imagina a un par de galenos, educados y científicos siendo manejados mentalmente por ese personaje de la penumbra que no puede caminar, hay que llevar en andas y no cabe en un taxi por lo que deben trastearla en una volqueta.
Escrita con escalpelo. Montada por programación ingeniosa, esta novela refleja el mundo gay de Medellín de hace muchos años, que ya no se debe estilar en estas épocas de chicos computarizados, ajenos al saque y meta y liberados de toda estructuración moralista.
Pero, como a su vez, interrelaciona el mundo del prepago con una casa de citas de Bello de donde provenía el llegado del cielo ,el resto de seres humanos que deberían acompañar ese mundillo habilidosamente pegajoso ,se agota por la soledad de los dos médicos, la envidia, los celos y la incapacidad del personaje narrador de confesar que el enamorado es él, no la criatura celestial que hace de comer igual que el amor, y suma, resta, multiplica y divide afectos del otro médico pero jamás se perturba. Una novela agradable que da hasta para reírse de ella y de los psiquiatras.