Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Marguerite Yourcenar nunca resultó ganadora del premio Nobel de Literatura pero su obra máxima MEMORIAS DE ADRIANO fue y sigue siendo incluida como una de las grandes obras de la narrativa de todos los tiempos.
La prosa de esta francesa entre aristócrata y burguesa, pero siempre plena de capacidad de análisis de personajes de cualquier clase social, juega entre lo sublime y lo cotidiano sin hacer aspavientos ni perder la metodología psicológica de moda en los años en que se forjaba como escritora y que un Thomas Mann o un André Malraux habían consagrado como brújulas de sus exitosas novelas.
Por estos días ha aparecido un libro voluminoso de casi 800 páginas donde se reúnen sus tres obras autobiográficas, escritas en distintos momentos de su vida. Probablemente no resulten trascendentes para los fugaces lectores hoy día y no alcancen a ser elevadas a las categorías de audiolibros o de comics novelados con que las editoriales tratan de no perder más lectores, pero para quienes nos deleitamos, y recordamos eternamente su prosa meticulosa describiendo en Adriano o en Alexis o en la muy alabada y poco conocida Opus Nigrum, esta trilogía nos permite volver a gozar con una literatura que no puede desaparecer porque su autor pase de moda o resulte tan extenso en medio del furor de la fugacidad del internet o la brevedad del twitter.
La historia de su orfandad. La de las aventuras donjuanescas y lúdicas de su padre. Las fastidiosas características de su tía política o las brumas en que envolvió a su medio hermano para tenerlo suficientemente alejado, solo son entendibles cuando el lector sabe cuantos obstáculos tuvo que salvar la Yourcenar para imponer su duro temperamento, su felicidad homosexual y su habilidad respetadísima como catedrática de universidad gringa y al mismo tiempo miembro vibrante de la Academia Francesa.
Es un libro que encierra el placer de leerla en épocas como las que vivimos porque alivian el alma y nos da clases de eficaz sicología.