Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
Lo que nos dejaron contar de la segunda guerra mundial fue la historia que construyeron los vencedores o las dolorosas versiones de los judíos sobrevivientes a esa locura. Pocas veces nos contaron lo que sucedió entre el 30 de abril, cuando se suicidó Hitler y el 8 de mayo, cuando el Almirante Doenitz firmó el acta de rendición absoluta y, oficialmente, terminó la guerra.
En este libro nos enteramos de por qué los alemanes, comenzando por el propio Doenitz, querían huir de los rusos y no ser sus prisioneros.
Tampoco nos detallaron en tantos millares de páginas escritas sobre la creación, desarrollo y culminación de esa estupidez humana, las profundas motivaciones anti bolcheviques que removió Hitler entre sus gobernados y que le sirvieron de disculpa hasta para arroparse finalmente a sus jerarcas ante el tribunal de Nuremberg.
Leyendo este abrumador libro que repasa a su manera la actuación postrera de los dirigentes alemanes, usando para ello fuentes históricas que antes no se habían consultado, se convence uno que los alemanes resolvieron alzar su mano derecha, gritar hail Hitler y voltear a mirar para otro lado siguiendo como borregos la senda que la propaganda nazí les inyectaba como verdad no escrutable.
Utilizando el truco de que cualquier lector parte de la tesis que los alemanes no se sintieron culpables y todo se lo imputaron a Hitler, el historiador Ulrich convierte estos 8 días finales no narrados en una colección de relatos de asombro y de rememoración de la crueldad como herramienta en la agonía de una pesadilla, poniendo 80 años después del final otra chapa histórica a un pueblo y una cultura, que olvidando creen liberarse de sus culpas. Leerlo apasiona.
Asimilarlo avergüenza. Recomendar su lectura a quienes no vivieron esos días y solo se tragaron el mito que nos repartieron como comunión diaria, enorgullece a quien lo haya leído.