Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
Escribir una crónica seminovelesca sobre una parte de la vida del sabio de sabios Alexander Von Humboldt unos años después de que Andrea Wulf nos recreara con “La invención de la naturaleza,” la extraordinaria biografía sobre el increíble alemán ,era y sigue siendo un atrevimiento. Pero William se le midió.
Para quienes hemos leído ambos libros y nos hemos deleitado con ellos, el texto del colombiano sale maltrecho. Seguirle la pista a Humboldt desde cuando consigue el permiso del monarca español para venir a recorrer la América Hispana podía hacerse en detalle por varias vías.
William Ospina escoge la que ya había manejado cuando se metió a la selva amazónica detrás de Pedro de Ursúa en otra novela. La de volver cascada su narración, enumerando hasta la saciedad detalles, vidas, cualidades y temperamentos logrando hacer sentir al lector que de pronto está repitiéndose en la misma obra que páginas atrás había leído.
A veces es atronadora en sus descripciones. Humillante en su verborragia adjetiva. Asombrosamente deliciosa en los vericuetos. Pero como lo recorrido para narrar croniqueramente en la Nueva Granada no le dura sino hasta que llega a Quito y conoce al capitán Montúfar, la novela cambia de rumbo.
Ospina queda tan enamorado del bello Montúfar como lo quedó Humboldt y entonces el narrador abandona al sabio alemán y se va detrás del oligarca quiteño, miembro de los ejércitos sevillanos del rey de España,tan apuesto como efervescente, tan radical como atrevido y el libro deja las descripciones de cascadas multicolores y de enumeraciones esquematizadas para irse disolviendo en otro tono, tan agradable como lo fue la primera parte, pero tan sin fuerza, o tan sesgado para elevar a Montufar hasta la tarde que lo fusilan en el paredón de una calle de Buga, que el sabio de sabios, al llegar a la página final del libro, apenas logra ser un recuerdo vago.
Es una crónica atrayente pero frustrante. Escrita con finura pero desprovista de ese no se qué a veces llaman gloria.