Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Quienes hemos sido lectores de Santiago Posteguillo y de casi todas sus versiones, unas veces acomodadas, otras apasionantes, sobre los emperadores romanos, nos llevamos un chasco con su último texto. Quizás porque leer otro novelón más sobre Julio César, el más mítico y estudiado de los emperadores de la antigua Roma es caminar sobre terreno recorrido por muchos. O, de pronto, porque cuando uno se convierte en seguidor de un escritor aspira que su siguiente novela resulte ser sobre lo que nadie ha contado o lo han hecho superficialmente.
De verdad, no lo sabía. Estaba especulando por mi contrariedad. Pero como a estas horas de la vida uno no se puede quedar con la duda sobre un texto leído con pasión, leí por segunda vez consecutiva las 750 páginas de ROMA SOY YO, presentada como «la verdadera historia de Julio César” y encontré lo que puede ser el secreto de su éxito libro tras libro o la gran falla que me ha dejado tanto malestar. El libro está hecho como todos los de él.
Siguiendo un guion que llena algorítmicamente esquemas, personalidades y problemas mientras paralelamente va vaciando el orden histórico y se vuelca en simpatías por los antagonistas solucionándoles los líos en que se meten y consigue hacernos creer a los lectores, 2.000 años después de sucedidos los episodios, que son situaciones totalmente reales y no inventadas, como él lo reconoce en las notas al margen con que termina el novelón.
Empero, en esta juiciosa revisión sobre el más mítico de los emperadores romanos se la juega por contarnos lo que casi nadie había mirado con la lupa y la metodología de Posteguillo: la infancia y adolescencia de un niño genio, Julio César, y verdad que nos iba entusiasmando. Como tal entonces esperábamos que el gran guía de la historia romana nos novelara como y cuando fue el tributo sexual ofrecido por el joven tribuno romano al rey Mitrídates del Ponto o su verdadera relación con Labieno, iniciada desde la pubertad.
Era aquí, y no en otra parte, donde Posteguillo debía cumplir su misión. Pero se nos olvidaba que Posteguillo siempre ha eludido el tema homosexual, tan presente y decisivo en la historia de Roma, quizás por afanes escrupulosos hasta hacer sentir un tufillo homofóbico y, que como tal, prefiere pasar de largo.
Su repudio por el tema gay lo lleva hasta despreciar el personaje novelístico explotable que es Labieno, el fidelísimo amigo de César desde niño y ni siquiera insinuarlo como el amante juvenil que el lector podría imaginarse y que lo atestiguan otros historiadores no tan convincentes como Posteguillo.
Pero donde muestra su fastidio por valorar a César homosexual, es cuando el episodio con el rey ponto, que siempre se lo achacaron sus contemporáneos para poder llamar a César puta en pleno senado. Por él pasa de largo y lo sobrepone magnificando el resultado geopolítico de esa aventura con un hombre mayor que resultó fundamental para la historia de la humanidad.