Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Sandro Romero Rey es de los pocos intelectuales constantes que ha tenido Colombia en los últimos 40 años. Desde muy niño. Desde cuando era el chico precoz de Daniel Romero Lozano y asistía a mis conferencias o se colaba en los auditorios repletos donde yo dictaba mis clases magistrales, Sandro leía, escribía, actuaba y pensaba.
Unido desde los 15 años a la carroza fúnebre de Andrés Caycedo, el suicida genial, después haciendo duo o trio con Luis Ospina o Carlos Mayolo, coleccionando hasta el más mínimo papelito del prolífico autor de QUE VIVA LA MUSICA, Sandro Romero Rey mostró tímidamente por décadas su abrumadora capacidad de narrar los espectáculos que estaba viendo mientras ayudaba a hacer música, teatro, cine y eventos culturales e iba construyendo el mito de Andrés en libros, ensayos y artículos periodísticos.
Hace 3 años publicó una novela monumental que yo reseñé elogiosamente aquí, ANFITEATRO O LA CONSAGRACIÓN DE LA PORNOGRAFIA, pero por falta de esa vanidad o tesón publicitario del que adolecen los genios, pasó casi desapercibida aunque es la gran novela sobre Cali y sus pecados.
Ahora, tal vez mirándose al espejo, ha reconocido su exquisita capacidad de ensayista y ha recogido en un volumen masónico 33 ensayos admirables sobre el cine, sus actores y directores, la música moderna que presenció en conciertos aquí y allá, desde los Beatles hasta Charly García, desde Ringo Starr hasta Cerati y por qué no, sus apreciaciones sobre la vida intelectual, tan subjetivas que terminan siendo objetivas.
Lo que logra entonces es un extraordinario libro de ensayos, un género que en Colombia desapareció cuando murieron Miguel Antonio Caro y Baldomero Sanin Cano. Su prosa es limpia y ágil pese a los berenjenales donde se mete y a las atrevidas opiniones que emite sobre los sujetos que ausculta, que mira con lupa o que exprime como limones amargos. Es desde la primera página hasta la 366, que es la última, un verdadero croché como el que tejían sus abuelas bugueñas.
Tiene gracia y seriedad. Asoma el humor negro de sus apreciaciones y la solemnidad del que se siente consagrado con el máximo grado de la masonería en que terminó convertido en este acelerado mundo internético el oficio de ser espectador de teatros y cinematógrafos, de pantallas de tv o de las viejas moviolas donde comenzó su oficio de eminencia gris del arte oculto en Colombia. Admirable libro en el que se aprende, se goza y cualquier lector se siente honrado y con ganas de aplaudir cuando lo termina.