A pesar de su origen indígena y su desarrollo popular, en los primeros años del siglo XX, el tejo era practicado por la aristocracia bogotana, en canchas construidas en el Country Club, de Bogotá. En 1927, un cronista de El Espectador propugnaba por la organización de este deporte con destino a que se constituyera en el juego nacional, objetivo que se logró casi 80 años después, por iniciativa de un legislador cundinamarqués

“La vida y más que la vida misma -decía el escritor del diario- parece definitivamente asegurada. Cada día es mayor el número de adictos y en todas las clases sociales resultan ya individuos que pudieran calificarse como ases de este deporte.

“El turmequé es un juego lleno de aparente sencillez, al parecer escaso de combinaciones, de suertes, y que, sin embargo, empieza a revelarse al individuo, como algo muy interesante y científico, después de breves ensayos.

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“En el momento, la afición deportiva bogotana por el juego se dedica de manera preferencial a legislar sobre el juego, para definir de modo permanente sus reglas y para estandarizarlo. Ya podría hasta pensarse en la constitución de un comité, de una entidad que se encargara, mediante prácticas y estudios detenidos, de profundizar en la sicología y en el genio del juego, para llevar la cuenta y definir la legalidad o imperfección de las jugadas, y establecer de manera sólida, los procedimientos o disposiciones a las cuales tengan que ajustarse los competidores.

“Estos individuos existen y gozan del turmequé en tal forma, que dedicarían buenos ratos a este análisis del juego y podrían llegar a codificarlo completamente. Don Pedro N. López, don Luis Samper Sordo, don Manuel Restrepo y otros autorizados aficionados, quienes practican en los ‘raspaos’ privados que se han construido en una de las propiedades de don Pedro N.

López, entendidos en la materia y penetradores en su sicología, podrían determinar los reglamentos del juego. En pasada ocasión, que por desgracia no vino a cristalizarse, el Country Club llegó a nombrar su comité de turmequé, que actuaría en la misma forma que los demás comités de los juegos que allí se practican desde hace años. El comité dio algunos pasos, se construyó un ‘raspao’, bajo la dirección del mayordomo del club Victoriano Chiribí, tejo afamado, y la afición despertó rápidamente. Grupos grandes de damas y caballeros, concurrían cotidianamente a practicar.

“Poco después, este fervor fue palideciendo, hasta desaparecer completamente hace algunos meses. Don Pedro N. ofreció entonces una hermosa timaná que sirviese de trofeo al primer combate colectivo que se verificase. Nunca fue adjudicado, por ausencia de competidores. Podría revivirse y encontraría hoy gran cantidad de adictos, dispuestos a competir para adjudicárselo”.