Al leer este título se podría pensar que es un título redundante, ya que un chat es un canal de comunicación. Pero esta no siempre se hace presente. Hace cerca de tres meses, más de cien periodistas que iniciaron sus estudios conmigo en la Universidad Central de Venezuela fueron reunidos en un chat de Whatsapp.
La razón: esa que une a personas disímiles con pocas coincidencias. Un reencuentro después de más de tres décadas con personas regadas por diversos continentes.
Al principio el fragor de re-conocerse y re-encontrarse invadió los primeros días de chat, pero a medida que ha pasado el tiempo ya muchos abandonaron ese canal, mientras otros persisten contra toda desesperanza.
Y creo que sí, que las palabras justas son: otros persisten contra toda desesperanza, porque nadie se siente un triunfador después de haber batallado la mitad de la vida.
Tampoco un perdedor nato. Solo los tiempos duros que nos ha tocado transitar a todos nos ha dado la certeza de que mantenerse a flote, viva, a través de nuestros anhelos comunes o nuestros miedos confesados son el talismán contra la desesperanza.
Digo desesperanza en un intento de conjurar la esperanza. Nunca fue tan difícil ser un cincuentón esperanzado, en medio de mil problemáticas a escala mundial. Justamente en la mitad de la vida, esa mitad que nos obliga a hacer balance, a reflexionar sobre lo que hemos hecho y a aceptar que el camino que nos queda es más corto que el andado. Ya no hay vueltas atrás.
No es casual que uno de los fragmentos de La Divina Comedia de Dante Alighieri, sea un estandarte de este transitar en la mitad de la existencia.
Decía Dante: “A mitad del camino de la vida,/ en una selva oscura me encontraba/ porque mi ruta había extraviado./ ¡Cuán dura cosa es decir cuál era/ esta salvaje selva, áspera y fuerte/ que me vuelve el temor al pensamiento!/ Es tan amarga casi cual la muerte;/ mas por tratar del bien que allí encontré,/ de otras cosas diré que me ocurrieron./ Yo no sé repetir cómo entré en ella/ pues tan dormido me hallaba en el punto/ que abandoné la senda verdadera.
Mas cuando hube llegado al pie de un monte,/ allí donde aquel valle terminaba/ que el corazón habíame aterrado,/ hacia lo alto miré, y vi que su cima/ ya vestían los rayos del planeta/ que lleva recto por cualquier camino./ Entonces se calmó aquel miedo un poco, que en el lago del alma había entrado/ la noche que pasé con tanta angustia”.
Nadie ha representado mejor esa sensación de desesperanza con esa metáfora tan apropiada: “una selva oscura (…) salvaje selva, áspera y fuerte”. Mas el poeta no nos deja tirados en esa senda perdida, sino que más adelante cuenta que cuando miró hacia lo alto, los rayos del sol le descubrieron el camino a seguir.
Se vale perderse y sentir miedo, pero hay que tomar esos rayos que alumbran el camino. Muchas veces son los amigos con quienes intercambiamos experiencias y emociones, la senda con la que abrimos claros en medio de nuestras oscuridades.