Cuando celebramos el Año Nuevo el 31 de diciembre de 2019, no imaginamos, en medio de los buenos deseos, que esos dos últimos dígitos iban a estar en boca de todos de forma angustiante: Covid 19.
El hombre, que históricamente ha sido gestor de sus propias desgracias, hizo lo necesario para abrir la puerta a un temible enemigo, un nuevo virus: el coronavirus. A través de una cadena de errores en su alimentación, mezclando especies vivas y muertas disímiles, consiguió que una molécula, inofensiva para el hombre, se convirtiera en un protagonista de cambios inimaginables para la especie humana en los últimos tiempos.
Una vez fracasada la etapa de prevención, el agresor consiguió avanzar rápidamente gracias a su capacidad de contagio y a las equivocaciones que hemos cometido, tratando de detenerlo. Y es ahí donde actualmente radica la dificultad, que el problema no lo constituye el virus, sino nosotros.
La actual pandemia se originó en una de las grandes potencias mundiales: China. De ahí su repercusión en el orbe en todos los órdenes. Pero justamente por esa misma a característica, el manejo que ellos dieron a la situación permitió no sólo controlarla en tiempo récord sino dar ejemplo de cómo hacerlo. Antes de tres meses, disminuyó el número de casos nuevos y de personas fallecidas. El 60% de sus empresas en ese plazo habían reanudado actividades.
Cuál fue el secreto para conseguirlo ? Responsabilidad y disciplina, tan de la impronta de los orientales y tan escasas entre los occidentales. El primer ejemplo de ello lo suministró Italia, despreciando el riesgo de la situación y haciendo lo que debía cuando ya era tarde. Después España siguió igual camino y llegó a la misma parte.
Entre nosotros, la situación es preocupante por la forma acelerada como aparecen nuevos casos, lo que indica que las medidas de contención no están funcionando correctamente. Ello ocurre cuando al virus se le da tiempo de replicarse tan rápidamente como lo hace, porque nos demoramos o equivocamos lo que se debe hacer.
Como el agente nació en Asia y los primeros casos que entraron a Colombia lo hicieron por la vía aérea como era de esperarse, muy pronto debió restringirse el ingreso de pasajeros provenientes de Euroasia y no gastarnos un dineral en el show mediático de enviar un avión de la FAC a Wuhan a repatriar 14 ciudadanos sanos. El alto porcentaje de casos que hoy tenemos provienen de Italia, España o Francia, ninguno de China. Con el agravante que muchos de esos extranjeros incumplían las normas impuestas por la situación como la cuarentena y generaron multiplicación de casos.
Simultáneamente debió iniciarse una vasta campaña de información sobre las características de la pandemia, las medidas que se debían tomar, para impedir que, la desinformación de las redes, ocupasen primero la atención de la ciudadanía y permitiesen al virus ganar horas preciosas para su veloz réplica por no tener claro cómo reaccionar.
Ahora observamos como cada gobernante por su lado toma decisiones, muchas de ellas caprichosas: que reuniones de 500 personas o de 50 o de 10; que toque de queda desde las 7 o desde las 8 o 9, hasta las 4 o 5 o 6; que con edades límite o para todas las personas, al gusto del de turno, sin unificación de criterios, con una socialización inadecuada de la necesidad de llamar, en presencia de síntomas, a una unidad médica domiciliaria para evitar el colapso de los recursos públicos de la salud, etc.
Y luego el protagonismo de nuestro ADN: la irresponsabilidad y el desprecio por la autoridad y sus normas. No observar el aislamiento social, no informar de casos sospechosos, violar los toques de queda, hacer eventos sin tener en cuenta el número de asistentes, cosa que, personalmente, me parece caprichosa, pues en una reunión de 10 personas, basta con una que esté contagiada, para acelerar el crecimiento exponencial del agresor.
El gran problema que hoy tenemos no es el Covid 19, sino que la solución de esta situación depende exclusivamente del hombre.