La semana pasada el Festival de Cine de Cartagena de Indias (FICCI), que cumple 60 años de creado, fue cancelado por primera vez en su historia como prevención ante la pandemia del coronavirus.

Era mi primera vez en el festival y no notaba la diferencia de la que todos hablaban, menos gente en las calles, en las playas y ese temor que nadie era capaz de aceptar.

“En años anteriores, esa plaza que tu ves ahí no le cabía ni un alma” me decía el taxista preocupado por lo que se venía. “Esto nos afecta a todos, desde el restaurantero hasta las que hacen trencitas en la playa, y ahora que viene semana santa que es la temporada más esperada del año, no sé qué va a pasar”.

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Yo hacía parte del equipo de prensa, visibilizando un proyecto alterno que se creó llamado Paladar FICCI, cuyo objetivo es mostrar a los participantes del festival las rutas gastronómicas de la ciudad, pero como se canceló el evento, nos quedó un par de días para recorrer nuestra Cartagena no planeada.

Cartagena es más linda de lo que recordaba.  No son solo sus balcones o sus enormes puertas cubiertas con enredaderas, es la gente la que la hace bonita, bohemia, nostálgica.  Es imposible no pensar en cómo sería Cartagena en sus inicios, en quienes serían los dueños de esas casas enormes, cada rincón parece haber sido planeado minuciosamente, encuentras arte por todos lados, no te cansas de tomar fotos, los murales te regalan postales perfectas y las calles empedradas te hacen sentir en otra época.

Comida hay para todos los gustos, desde empanaditas de $200 pesos hasta restaurantes a mantel en los que creen que todos somos turistas. Me hubiese gustado ver más opciones de cocina típica cartagenera, cocina caribeña, porque comida italiana y española, abundan en el corralito de piedra. Pareciera que la comida típica la relegaron a ser callejera, son muy pocos los que le apuestan a lo nuestro, pero se encuentran. Lo mejor de mi viaje fue sin duda alguna la visita al Mercado de Bazurto. Qué belleza, que olores, caminas entre ollas hirviendo, te ofrecen hicotea guisada en leche de coco, cabeza de sábalo frita con yuca, arroz de fríjol con carne en posta y plátano pícaro, ese plátano nadando en salsa de Kola Román concanela y clavito de olor que es mi perdición. Si quieres comer langosta sin que te rompan el bolsillo, este lugar es el indicado. Son decenas de calderos los que te ofrecen con arroz de camarón, pulpo, chipichipi, y si llegas temprano puedes ver los cangrejos que traen todavía vivos, más fresco imposible. No se vayan de Cartagena sin haber dado una vuelta al mercado de Bazurto, me lo agradecerán.

Cartagena tiene su magia, pero también hay muchas cosas por mejorar. Confieso que más de un par de veces me sentí insegura. Una noche un taxista se desvió de la ruta que yo conocía y casi entro en pánico. Drogas, prostitución, desempleo, en todas las ciudades existen, pero te bajan de la nube y te das cuenta de la realidad en la que estamos inmersos.

Hay tanto por recorrer y por aprender, que la invitación es esa, cuando pase éste virus que nos ha puesto a todos de cabeza, empecemos a hacer un turismo más consciente, sin romanticismos o miedos, porque cada uno de nosotros tiene una perspectiva distinta y podemos construir nuestra propia imagen del destino.

Hasta la próxima