Gardeazabal

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

La genialidad narrativa de Fernando Vallejo lo hizo entronizar a la cantaleta como un género literario.

Ese acumular palabras y frases como metiéndolas en un armario de sus tías las Rendones, resultaba desde sacrílego hasta delicioso.

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Tenían hilo conductor, estructura de novela tradicional y amasaban capacidad descriptiva con habilidad mayúscula al contar con un dominio absoluto del lenguaje historias de su familia, imprecaciones contra las mujeres y herejías contra los salesianos, el papa y la Iglesia en general.

Esta vez utiliza el mito paisa de la Catedral Metropolitana, en donde Gonzalo Arango y los nadaistas una vez fueron a comulgar para salir a botar al piso las hostias y volverse noticia, pero no para mostrar sus garras demoníacas sino para contarnos que se suicidó dentro de ella.

Usando el viejo truco de poner al suicida a recordar su vida, renueva sus blasfemias y rellena de insultos nuevamente a su madre y a todas las mujeres parturientas, acumulando en tal tono, cantidad y velocidad la cantaleta que se va perdiendo el hilo y al lector atosigado no le queda más remedio que aceptar lo mismo que Vallejo dice en la página 56, de que se trata de un libro efímero y que las manchitas del olvido que dice tener regadas en toda su cabeza, si son ciertas.

En otras palabras, la cantaleta tiene alzheimer. Leerla entonces resulta cada vez más difícil para quienes somos los devotos de Vallejo porque, para acabar de embarrarla, la convierte en una versión cosmológica de Wikipedia y se pierde en la inmensidad del espacio que ha descubierto el telescopio Web hasta cansar al lector.

Pero su novela, así y todo, es un monumento a la herejía eterna que profesa su autor porque, en la inmensidad de su vejez ,hacer ver pequeño el pasado y permite al narrador, y al que lee, confundirse en el espacio tiempo mientras insulta a Einstein por marihuanero.

Pero su cháchara cantaletosa se convierte en tal repetición de la repetidera que lo obliga a confesarse, agotado, igual a quien sea capaz de terminar de leerla, porque,como le repite Vallejo, si no se apura a decir lo que iba a decir, se le olvida y no lo dice.