El pasado sábado fui el elegido para ir a hacer las compras del mercado. Había visto memes con imágenes de la película _’Los Juegos del Hambre’_ haciendo expresar la supuesta odisea y riesgo que se corre en esta tarea. He tratado de asumir la cuarentena con la mayor tranquilidad posible y he tratado de leer, de escribir, de ver algunas películas y cumplir con las responsabilidades propias de mi trabajo, ahora realizado desde casa.

Al salir experimenté una sensación extraña, al recorrer las vías, que usualmente están transitadas y saturadas de motos y carros, completamente vacías. Esa Cali festiva, alegre estaba desolada, solo un par de carros encontré en el tramo recorrido. Al llegar al sitio donde iba hacer las compras, la extrañeza aumentaba al ver las personas con tapabocas, guantes y aplicándose gel antibacterial en cada una de las puertas del lugar. Asumí que es el protocolo para evitar la propagación del virus, lo cual me pareció sensato y oportuno. Sin embargo, me detuve a mirar las actitudes de las personas, sus gestos, su lenguaje corporal y sus miradas. Percibí una sensación de temor, de miedo.

Una tensa calma invadía el lugar donde estaba, lo que me generó varias inquietudes:
– ¿Cómo hacer para que el cuidado no se convierta en miedo?
– ¿Cómo comprender que el aislamiento, no es exclusión?
– ¿Cómo entender que el Otro no es una amenaza?

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Esto me llevó a recordar al gran filósofo Tomas Hobbes con su clásica expresión _Homo Homini Lupus_ que expresa la idea de ver en el Otro un peligro y una amenaza constituyendo el miedo en una característica de la dinámica social, al que el Estado debe responder con la fuerza y la ley para regular y establecer así un contrato social. El Otro, entonces, para Hobbes es un peligro, un lobo que amenaza mi tranquilidad.
En lo personal me he resistido a la idea hobbesiana de ver al Ser humano como un ser malo por naturaleza. Siempre he pensado que el ser humano es un ser bueno, con tendencia a realizar aquello que beneficia a todos. Que construye un contrato social a partir del miedo sino de los intereses comunitarios. Por eso he tratado de rescatar los aprendizajes que nos ha dejado esta pandemia.

En este sentido, creo que, si hay algo bueno que rescatar de la pandemia es que todos los seres humanos independiente de la creencia, ideología, etnia o genero nos hemos unido en una causa común. El virus nos ha llevado a romper los muros invisibles que han dividido a la humanidad. Lo que no habían podido hacer los sistemas políticos, económicos, religiosos, lo hizo el COVID-19, poner a todos los seres humanos en sintonía con un mismo ideal. Estamos todos apostando a una misma causa. Y esta unidad es la que debemos conservar, no por el miedo, la amenaza, sino por la conciencia de que somos seres _sociales por naturaleza_ y que la unidad fortalece y nos hace vencer la adversidad.

Hoy más que nunca debemos superar la idea de ver en el Otro un peligro, una amenaza. Tenemos que fortalecer el vínculo social y la conciencia que los unos necesitamos de los otros. Claro hay que tener los cuidados necesarios, pero que esto no signifique ver en los demás un peligro a mi integridad.

Debemos comprender y hacer consciencia que la diferencia enriquece la dinámica social. Que el metro de distancia que debemos tomar es una medida no para protegerme del otro, sino para cuidarnos mutuamente. No dejemos que la percepción de miedo, tristeza y desesperanza se apodere de nosotros. Hay que estar atentos para que el cuidado no se transforme en miedo, y el miedo en expresiones de agresión y violencia. No veamos el virus como una expresión de darwinismo social, sino como el llamado de la vida a romper los muros que matan y dividen.