«En el pasado, a nuestros abuelos les pedían ir a la guerra; a nosotros solamente nos piden quedarnos en casa». Esta frase que suena tan contundente no se puede aplicar en países con desigualdad social y pobreza, tan marcadas como en América latina. África o India.

Para empezar ¿En cuál casa? La pregunta no tiene trampa, no se refiere a varias casas como podría suceder en Europa (primera residencia o residencia habitual, segunda residencia, casa de la playa…) ¿Cuál casa? Porque a veces no hay casa, a duras penas muchas veces se tiene un rancho con paredes enclenques en la que da igual estar adentro que afuera.

-Ya nos gustaría tener una casa para quedarnos en ella- diría un niño vendiendo chicles en un semáforo de Bogotá-Colombia. Lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Si nos quedamos encerrados, qué comemos? Muchos de esos niños trabajan día a día para sobrevivir y llevar alimentos a otros niños más pequeños o a familiares desvalidos; es la economía del centavo, se vive de lo que se produce;- Si hoy juntamos entre todos para pagar una habitación, mañana no podemos quedarnos encerrados porque no tenemos comida-

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No hay cuarentena (ni siquiera de quince días) que pueda hacerse en esas condiciones, es simplemente inviable, sabiendo que seguramente también carecen de agua, jabón, baño, luz… Y ya no voy a entrar en las sugerencias de teletrabajar, estudiar por Internet o seguir la recomendación de NO acaparar alimentos; todas esas medidas pertenecen a un mundo que muchos habitantes de la pobreza jamás verán.

¿Qué se necesita? Acciones sociales urgentes, reparto de mercados, de alimentos básicos, proveer de vivienda y techo digno a cientos y cientos de personas que se han ido quedando rezagadas en medio de este capitalismo salvaje. Todos esos individuos de los que el gobierno se olvidó porque le parecían mucho más fáciles de manipular si los mantenía en la ignorancia, son ahora la amenaza para la contención de un virus que está dejando K.O a las economías más boyantes del planeta.

¿Y los servicios médicos? Una asistencia que ya estaba saturada sin pandemia y a la que sólo se tenía acceso en muchos casos pagando, ahora será el eje central del rescate de toda la población. Simplemente apocalíptico el panorama.

A pesar de todas estas certezas, se sigue priorizando la economía, no se cierran los aeropuertos porque las pérdidas serían cuantiosas, sin medir que las pérdidas ya están siendo cuantiosas, pero no por la pandemia; hemos perdido a más de la mitad de nuestra población en la pobreza, el olvido, el abandono, la negligencia y el distanciamiento estatal de la realidad.

Distanciamiento que actualmente se pide a los ciudadanos en un simulacro de cuarentena que no va a servir de nada, toda esa miseria que se sembró a conciencia nos va a dar un coletazo a todos y ya no habrá dinero que valga.

En Europa se apela a la solidaridad de los empresarios y del mismo gobierno, para redistribuir la riqueza al menos mientras dura esta crisis mundial, por eso se cerró toda la industria, los hoteles se convirtieron en hospitales, las deudas se congelaron, los vecinos ayudan a los ancianos y les llevan mercados, los sin techo están recluidos en estadios y pabellones habilitados para tal fin, con las atenciones necesarias.

Es un modelo que tampoco es perfecto, ya se están detectando contagios en los trabajadores de los supermercados, los únicos que siguen abiertos; y en agotamiento en los servicios médicos de una sanidad pública ejemplar y gratuita para toda la población.

Son las consecuencias de una rigurosa cuarentena OBLIGATORIA que lleva unos pocos días y que dicen se extenderá por más de dos meses. No se trata de ser alarmista, es una realidad que estamos viviendo y que se debe intentar trasladar a los que todavía están a tiempo para que despierten.

A pesar de todo, los contagios se cuentan por miles y los muertos siguen aumentando.