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Cómo me duele el alma con la muerte del Caballero Horacio Serpa Uribe. Un verdadero amigo leal; gocé del privilegio de su amistad y de su explosiva franca carcajada.

Nos conocimos en el congreso; él, un luchador político de un efervescente lugar, donde se han gestado las más intrincadas luchas socioeconómicas de Colombia, Barrancabermeja, y este susurrero, en esa época, el más jóven parlamentario.

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Desde el primer día organizamos un bloque en la Cámara de Representantes con César Gaviria, Rodolfo González, Carlos Mauro Hoyos y otros; logramos ingresar a la disputada comisión primera; de ahí en adelante, siempre fuimos amigos.

No quiero exaltar sus condiciones políticas, sin duda fue uno de los grandes líderes del Siglo XX. Por cierto, a veces no coincidimos; Serpa siempre del poder popular de Samper y yo de origen Llerista, Barquista. Nuestro mayor distanciamiento político fue en la precandidatura de Durán Dussán, Samper y Galán; en la cual yo opté por la de Galán y, después, coincidimos con la de Gaviria.

Horacio siempre fue el mismo gran señor santandereano, frentero, humilde, generoso y desprendido; nunca ambicionó riqueza, por eso jamás se le pudo calificar de corrupto; fue extremadamente pulcro. Nació y murió siendo un auténtico representante de la clase media Colombiana: «pobre pero honrado».

Fue ejemplo de lealtad con sus amigos y con su señora, Rosita, su compañera de siempre, quien estuvo siempre en el primer lugar de sus prioridades. Su vida nunca fue objeto de escándalos personales; mesurado en todo, inclusive en los placeres, digno seguidor de Epicurio.

Qué maravilla decir a grito herido que fue un hombre honrado, en un país de política corrupta; ni sus más enconados enemigos se atreven a sindicarlo de deshonesto.

La justicia divina le dio el privilegio, en vida, de haberse aclarado la infamia de que él pudo estar vinculado en el crimen de Gómez Hurtado. Fui testigo de su relación con el líder conservador, cuando fueron presidentes de la asamblea nacional constituyente; en muchas oportunidades me reuní con ellos (yo era Contralor Genaral de la Nación).

En la madrugada del día de la promulgación de la Constitución del 91 se habían extraviado unas actas del tema del Control Fiscal. Fui llamado para que llevara las copias que tenía la Contraloría. Gómez había querido imponer el tribunal de cuentas y fue derrotado en la plenaria; oí, de boca de Álvaro Gómez, decirme: «yo confío plenamente en lo que certifica el Dr. Serpa, por tanto, acepto el texto que usted está aportando»; eran como las 4 A.M. del día 4 de Julio de 1991.

Solamente mentes perversas podrían acusar a Serpa de semejante felonía. Serpa fue y murió siendo un hombre de paz. Fuimos compañeros en las comisiones de paz de Betancur y visitamos, en muy alejados lugares, a los guerrilleros, para convencerlos de la importancia de la Paz; odiaba la violencia, predicaba y practicaba todo lo que implicara paz.

Cuando murió mi padre en 1996, el fiscal Valdivieso no me dio permiso de salir de mi lugar de detención preventiva para asistir al entierro; prevalido por su poder y enceguecido por el odio hacia mí, decidió que mi presencia en el sepelio de mi padre ponía en «grave peligro a la sociedad». Serpa, por la época, ministro del Interior, jugando su puesto, ordenó al INPEC que me dejara ir a su entierro. «Prefiero perder el puesto a que se cumpla esa inhumana decisión»; por eso pude estar presente en el sepelio de mi padre.

Cuando se haga un monumento a la lealtad y a la amistad, debe tener la figura de Horacio Serpa Uribe.

Hasta pronto compañero, no quisiera haberte visto ir antes.

Abrazo fuerte solidario a Rosita y a todos los suyos.

Ñapa: Una anécdota con Serpa: Después de 2 días de selva en el Carare, nos pudimos entrevistar con un grupo de guerrilleros en una misión de paz. En medio de la conversación, el jefe le dijo a Horacio: «Quiero aprovechar capacidad de mediación para que nos proteja de Tiberio Villareal (político amigo de Serpa); ese señor, a punta de lengua envenenada, nos está acabando». Nos hizo mucha gracia, aunque, no fue celebrada por el comandante. Cuando llegamos a Bucaramanga le contamos a Tiberio y él nos dijo: «Eso fue por un sancocho de lengua que unos amigos míos envenenaron, en una invitación que le hicieron a la guerrilla; parece que se murieron varios». Tiberio se rió de ver la cara de desconcierto de Serpa y mía; siempre quedamos con la duda.

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