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Esta pandemia nos ha servido, desde el punto de vista político institucional, para valorar la importancia de algunos poderes y su real injerencia en la vida nacional.

Desde el inicio de nuestra Ruepública optamos por el llamado «ejecutivo fuerte latinoamericano», producto de nuestra necesidad de rey. No hay que olvidar que las diferencias entre Bolívar y San Martín, fueron por el origen del monarca; uno quería un rey de origen criollo y, el otro, de estirpe noble.

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Esa falta de rey nos ha llevado a fortalecer al ejecutivo y tener una democracia representativa muy pobre.

Eso se nota hoy más que nunca. El presidente, los gobernadores y los alcaldes son los protagonistas en estos días de crisis. Nadie extraña al Congreso, ni a los Concejos Municipales, mucho menos a las inoperantes Asambleas Departamentales.

Esto es, sin duda, una peligrosa situación que puede ser la antesala del nefasto absolutismo; pero, nos tiene que servir para reflexionar sobre la necesidad de reducir el tamaño y el costo del poder legislativo; aunque regionalmente su capacidad legislativa sea mínima.

Reducir el Congreso, eliminar las Asambleas y reducir los Concejos, son temas que están sobre el tapete de las consecuencias de esta cuarentena.

La otra institución que hace años no funciona y que ahora demuestra, increíblemente, que nadie extraña, es la justicia. Parece que nos acostumbramos a que no opere.

Sin justicia no hay democracia. Sin contrapesos de poderes se anula la democracia y, una nación en que no funcionan estos elementos básicos, está muy grave y no es por el coronavirus.

¿Será el momento de una constituyente para hacer las reformas que la sociedad clama como urgentes?

Ñapa: Tiene más poder un guarda de tránsito en la isla Malpelo, que un congresista en estos días.

Ñapita: Se acuerdan algunos de ustedes el poder que tenía la prensa escrita. ¿Cuánto hace que no saben qué dijo el editorial del otrora poderoso El Tiempo?

¡¡Que esto cambió, cambió!!

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