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La poesía se hizo resistencia, se hizo lucha y…el Verbo habitó entre nosotros.

Durante la cuaresma de 1994 me disponía a mi retiro espiritual para la celebración de la Pascua. En aquella oportunidad pude orientar mi meditación con un texto profundo, místico, ético y político, escrito por Pedro Casaldáliga y José María Vigil, que desde la primera página me atrapó por la confrontación que hizo de mi praxis humana y cristiana. El prólogo escrito por Ernesto Cardenal dejaba ver tres cosas fundamentales de la obra: poesía, espiritualidad y liberación que confluyen como lo indica Cardenal en una “contemplación en la acción liberadora. En la realidad y en el presente. En la cambiante coyuntura de nuestros pueblos. Es una contemplación, como acertadamente se dice en este libro, «con la Biblia y el periódico». Contemplación basada en el análisis de la realidad. Y también contemplación comprometida“. Es decir, una mística comprometida con la realidad del pueblo sufriente, para trabajar en la construcción de la Patria Grande, donde todos seamos hermanos unidos en la construcción de un mundo más justo. Esta praxis no es posible sin una “Espiritualidad de la Liberación”, por eso, no podía tener un mejor nombre que este, tal como lo deja ver Don Pedro Casaldáliga en la presentación que hace de este hermoso texto.

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Al sumergirme en cada uno de los capítulos del libro tuve la oportunidad de comprender la implicación de una mística liberadora, aprendí que corremos el riego de reducir nuestra experiencia de fe, a un ritualismo vacío, que coloca toda relevancia en un fanatismo que segrega, condena y excluye. El peligro de una religión sin espiritualidad es que no permite la liberación. Sin embargo, una de las situaciones que me marcó profundamente de esta obra, radica en la forma en la que el autor la describe. La presentación es una oración poética, tal vez un salmo latinoamericano que recoge el sentir y la realidad del pueblo sufriente. Don Pedro Casaldáliga, siguiendo el camino del poeta y maestro de la espiritualidad clásica como lo es Juan de la Cruz, nos propone un camino de espiritualidad latinoamericana. Si Juan de la Cruz nos invita a “subir y bajar del monte Carmelo”, Casaldáliga nos propone “subir y bajar de Machu Pichu” y porque no subir o bajar de los Andes latinoamericano que recoge el rostro del pueblo sufriente y oprimido, de los que se habla en las Conferencias de Medellín y Puebla, y que invitan a construir una comunidad cristiana desde una espiritualidad liberadora, tal como lo expresa el autor: “En clima latinoamericano y a la luz de esos concilios tan nuestros -a la luz y por las urgencias del Evangelio y de sus pobres que llenan la vida y la muerte de nuestros Pueblos y la pastoral y el martirio de nuestras Iglesias-, uno se atreve a componer poemas de espiritualidad y a glosarlos libremente. A nuestro propio aire, al Viento del Dios Vivo y de los tercos Andes. Con la libertad que el Espíritu nos da en la ancha pluralidad fraterna de esta única espiritualidad nuestra que es la espiritualidad de Jesús de Nazaret”.

Este salmo que escribe Don Pedro Casaldáliga, dedicado a Gustavo Gutiérrez,  es a la vez una descripción detallada de cada uno de los capítulos, donde a través de una narración viva, orante nos invita a la meditación de nuestra práctica de fe y al compromiso sociohistórico que esta tiene, en especial en el contexto de América Latina. Cada línea de este salmo es un grito profético por los pobres de la tierra que exige nuestra coherencia de fe, para que se constituya en praxis transformadora y liberadora:

Si cedéis ante el Imperio

la Esperanza y la Verdad

¿quién proclamará el misterio

de la entera Libertad?

 

En este verso, se recoge toda una cristología. Una visión de Jesús, de aquel hombre libre y liberador. Aquel maestro que no se dejó atrapar en los populismos y criticó fuertemente la ley que impide a los hombre, mujeres, niños y niñas vivir en libertad. Esta actitud liberadora solo es posible desde una profunda espiritualidad que permita la coherencia con la causa del Reino, esa misma que ayuda a comprender el misterio pascual, es decir, esa espiritualidad que nos lleva a experimenta la cruz y la resurrección. La pascua, ese triunfo sobre la muerte es una tarea de la comunidad cristiana que asume la espiritualidad liberadora como ethos fundante de su fe. No es posible una praxis cristiana que no se comprometa con transformar los escenarios necrófilos que amenazan al pueblo. En este sentido, Don pedro Casaldáliga nos invita vivir la fe con la coherencia del Reino, esa misma que permitió a Jesús anunciar la Buena Nueva a los pobres “Sin ceder ante ningún poder y contestando todos los ídolos que dominan a las personas y todos los imperios que sojuzgan a los pueblos. Si ella, la Iglesia, que es hija de la libertad del Espíritu, vendaval de Pentecostés, cede ante algún imperio -como tantas veces cedió-, «¿quién proclamará el misterio / de la entera Libertad?», ¿quién le dirá la verdad a Pilatos, a Anás o a Herodes?, ¿quién sostendrá la esperanza, tan golpeada, del Pueblo?” Es decir, esta iglesia del Reino solo es posible desde una espiritualidad liberadora, porque solo quien es libre puede gestar procesos comunitarios de liberación.

Esta espiritualidad liberadora, entonces, no es una actitud aislada de la realidad. No es una práctica solipsistas reducida a una actitud estática que solo se limita a una oración ensimismada y aislada del rostro del otro y de la otra. Esta espiritualidad compromete la acción, no es un discurso que se limita al proselitismo de ideas sin un lugar en la realidad, ni mucho menos un placebo social, sino que la praxis exige la transformación de la realidad de injusticia, miseria y opresión. Una práctica cristiana desde la propuesta del Reino se concreta en la acción transformadora de las situaciones de injusticia, por eso es praxis, porque “creemos que hay lugares donde la única manera de decir liberación -por ejemplo- es hacerla. Y deberíamos creer que, de alguna manera, en todos los tiempos y en todos los lugares la única manera de decir es hacer” y esto solo es posible desde la Encarnación del Verbo, esa Encarnación que no se limita a un momento, sino a un proceso existencial en la vida de Jesús, un proceso histórico que acontece en aquellos comprometidos con la realidad social y que permite comprender que el sentido de la misión liberadora de la comunidad cristiana no es otra que la instauración del Reino de Dios, es decir, que “la encarnación no es un momento, sino un proceso, historia. Es toda la vida de Jesús la que es un «proceso» de encarnación. No es simplemente el momento de la anunciación a María. «Crecía en edad, sabiduría y gracia, delante de Dios y de los hombres» (Lc 3, 40). En el taller de José, en el desierto, en la tentación, en la oración, en la crisis de Galilea, en la oscuridad de la fe… En Jesús Dios se hizo proceso, evolución, historia” y la espiritualidad de la liberación permite que ese verbo se haga carne, se haga comunidad, se concrete en la vida de cada uno de los que asumimos la causa del Reino.

En Espiritualidad de la Liberación Don Pedro Casaldáliga y José María Vigil nos llevan en cada uno de estos capítulos a un camino de mística latinoamericana, de esa que se emerge de la opción preferencial por los pobres, de esa que nos permite ver el rostro de Cristo en el pueblo obrero, campesino, indígena. En el seno del pueblo pobre, Cristo se encarna hoy y se hace voz profética como Casaldáliga, quien hizo vida la misión e hizo de la misión una vida mística, espiritual y liberadora. Esa misma que brota de una espiritualidad como praxis del Reino, que la asume como opción fundamental. Para la espiritualidad liberadora, entonces, la centralidad de su praxis está en el Reino Dios, en ella se encuentra el fundamento de la misión eclesial, que al ejemplo de Jesús nos invita a vivir en función del Reino, porque “Jesús no fue lo absoluto para sí mismo. Jesús no se predicó a sí mismo como el centro. Esto es hoy claro al nivel de la exégesis y de la cristología. Jesús mismo es relacional: «a Jesús sólo se le puede comprender a partir de algo distinto y mayor que él mismo, y no directamente en sí mismo»”, es decir, del Reino de Dios.

Por eso hoy, cuando la vida de Don Pedro Casaldáliga ha emprendido su viaje a la eternidad, su ejemplo, vida y palabra nos quedan como testimonio de la espiritualidad de la liberación que se hizo praxis, que se hizo Reino de Dios en medio de los pobres. Fue él quien en aquella histórica carta a Juan Pablo II clamaba por una Iglesia pobre que asumiera un compromiso concreto con la historia sufriente de los pueblos. En esa carta llena de fraternidad y proximidad narra con detalle lo que había tenido que asumir por ser fiel al evangelio y como había resistido a las fuerzas de una dictadura militar que amenazaba su estadía en Brasil y su vida, pero sobre todo, era una carta con tono profético que denuncia, aún hoy, esa cómoda vida canónica en Roma a la que le cuesta comprender la vivencia del evangelio en escenarios de pobreza, opresión y sufrimiento. Por eso con una profunda palabra de hermano en la fe confronta la coherencia de vida eclesiástica sin un compromiso por los más pobres: “En lo que se refiere al campo social concretamente, no podemos decir con mucha verdad que ya hemos hecho la opción por los pobres. En un primer lugar, porque no compartimos en nuestras vidas y en nuestras instituciones la pobreza real que ellos experimentan. Y, en segundo lugar, porque no actuamos, frente a la «riqueza de la iniquidad», con aquella libertad y firmeza adoptadas por el Señor. La opción por los pobres, que no excluirá nunca a la persona de los ricos –ya que la salvación es ofrecida a todos y a todos se debe el ministerio de la Iglesia- sí excluye el modo de vida de los ricos, «insulto a la miseria de los pobres», y su sistema de acumulación y privilegio, que necesariamente expolia y margina a la inmensa mayoría de la familia humana, a pueblos y continentes enteros”.

La prosa poética de Don Pedro Casaldáliga era una predicación profética y misionera que invitaba a comprometerse comunitariamente con los más débiles y vulnerables. Fue él, un profeta que caminaba descalzo en tierra roja, y que denunció durante años la opresión y la injusticia. De él aprendí, que no puedo ser cristiano alejado de los que sufren, que no puedo ser cristiano sin comprometerme con una causa por la que valga entregar la vida, que no puedo ser cristiano sin trabajar por el Reino de Dios, es decir que no puedo ser cristiano y no comprometerme políticamente. Aprendí que la coherencia del evangelio exige actuar en contracorriente en un mundo de injusticia, opresión y muerte. Hoy más que nunca quedan grabadas sus palabras que comprometen mi vida de fe “Me llamaran subversivo, Y yo les diré: lo soy. Por mi pueblo en lucha, vivo. Con mi pueblo en marcha, voy”. No se puede ser neutro frente a la injusticia. El evangelio no adormece, sino que compromete. Y en la vida de Casaldáliga la subversión se hizo poesía, comunidad y evangelio vivo que manifiesta esa espiritualidad liberadora «Tengo fe de guerrillero y amor de revolución. Y entre Evangelio y canción sufro y digo lo que quiero…»

 Su poesía es una salmodia latinoamericana. Y ante esto debo confesar que he hablado como ese ser humano que se queda con la profunda tristeza de no haber podido conocer en persona a un Santo que ha encarnado el Reino de Dios. Quería verle con su mitra, anillo y báculo, esos mismos que se hicieron pueblo en comunión y compromiso liberador. Hoy solo me queda repasar su poesía, su espiritualidad y su testimonio. He hablado como una persona que desea vivir el evangelio y asumir la espiritualidad liberadora, militante y mística. Pero si mi lenguaje te parece muy religioso, te invito a leerlo como uno de los poetas más brillantes, que nació en España, pero se hizo latino, se hizo Brasil, se hizo pueblo, se hizo esperanza y así la poesía se hizo resistencia, se hizo lucha y…el Verbo habitó entre nosotros. Lo único que sé es que, si lo lees como teólogo, poeta o político, no importa desde que mirada quieras leerlo, siempre te encontraras con una vida y palabra que confrontan la existencia. No podrás pasar indiferente, porque su vida y obra comprometen a cualquier ser humanos con los pobres de la tierra.

Don Pedro Casaldáliga, gracias por su poesía hecha vida, por su compromiso con el Reino de Dios, por su testimonio de lucha, entrega y resistencia. Gracias por su teología liberadora que se hizo vida. Gracias por su opción preferencial por los pobres. Gracias por permitirme comprender la espiritualidad de la liberación y saber que lo único absoluto es la causa del Reino. Hoy celebramos tu pascua, unida a la de Cristo pobre y obrero que resucita en la justicia y el amor por los más pequeños y olvidados. A mis amigos claretianos un saludo de proximidad Y todo el episcopado latinoamericano que contemplen en la figura de Don Pedro Casaldáliga el ejemplo de ser pastores, que puedan caminar descalzos en tierra roja y sean obispos según el corazón de Dios.

Hoy, al releer tu obra, vuelves a confrontar mi praxis de fe, porque tus palabras Don Pedro Casaldáliga, cuando señalas que “Nadie puede salir defraudado en un encuentro con un cristiano” me siguen confrontando, como hace 26 años, y me comprometen a ser coherente con el Reino, espero poder hacer vida el evangelio y ser coherente con la propuesta de la espiritualidad liberadora que usted nos predicó, esa misma que usted vivió en São Félix do Araguaia, MT, Brasil.

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