POR: SUYEN CORTEZ
¿En qué momento las mujeres dejamos de soñar con el príncipe azul que llegaba a rescatarnos de nuestra triste realidad para llevarnos en su caballo blanco rumbo a la felicidad.?
En que momento la figura de la niña bonita con vestido y corona de princesa fue cambiado por la de guerrera con espada en mano para pelear múltiples batallas sola.
Retrocedamos el tiempo al inicio de todo. En la biblia Dios le dio la potestad al hombre de ser la cabeza de la familia, el proveedor, a penas éramos la costilla de Adán, nuestra misión fue ser el instrumento para multiplicar la raza y cuidar de los hijos., lo hacíamos bien pero queríamos más.
Queríamos ir a la escuela, trabajar, votar y tener ese derecho al igual que el hombre de tomar decisiones incluso, sobre nuestro cuerpo. Llegó la liberación femenina y ahora decimos que somos iguales hombres y mujeres aunque seguimos luchando por homogenizar salarios y puestos de importancia.
Sin embargo habría que ver qué ganamos y qué perdimos. Ganamos libertad pero la disfrutamos solas, ganamos espacio pero asumimos el rol de cabeza de familia sin apoyo porque perdimos la figura masculina en el hogar, le quitamos el estatus de proveedor para asumirlo nosotras y qué pesada es la carreta para empujarla sola y aunque lo hacemos bien y nos llaman guerreras nos sentimos agotadas.
Quizas nos fuimos al extremo, pasamos del machismo al feminismo en esa guerra por demostrar que somos iguales. Tal vez un equilibrio entre ambos extremos logre que trabajemos en equipo y seamos el binomio perfecto, el yin yang, el blanco y el negro del piano, de donde fluyen melodías maravillosas, hombres y mujeres amándonos, respetándonos y trabajando juntos por una generación emocionalmente estable, con una familia convencional como fue escrita en el formato original.
Si somos iguales al hombre, ellos ya no nos ceden el asiento en el autobús, ya no nos abren la puerta del auto, ya no muestran gentileza hacia nosotras pues dejaron de etiquetarnos como el «sexo debil» .
