Utopía En Tiempo Del Coronavirus
Hace un par de días participé en un dialogo con mis amigos Carlos Felipe Rúa y Carlos Andrés Ruiz Soto a través del Facebook live, como parte del proyecto Poscadt «estamos De-Bate«, el cual cuenta con el apoyo técnico y logístico de Tirso Duarte y Juan José Manbuscay. En este ejercicio de debatir en directo por medio de las redes sociales, tratamos de abordar el tema de “lo que ha desnudado la pandemia”. Un espacio agradable, tranquilo y lleno de ideas y posiciones válidas e interesantes. Cabe señalar que nos hizo falta las voces femeninas y el pensamiento siempre agudo y preciso de Liliana Castillo y Stephanie Oliveros que hacen parte de la misma aventura de estar siempre en De-Bate.
En este Facebook live dialogamos sobre la importancia del ejercicio de pesos y contrapesos para la dinámica democrática. Y como cada día van saliendo voces que piden la reducción del Congreso, mayor fuerza policial, militarización y algunas expresiones muy autoritarias, todas ellas medidas populistas que hacen despertar el pequeño tirano que tenemos, poniendo en riesgo los procesos que consolidan las democracias y la división de poderes. Otro de los temas que se plantearon es como el individualismo se ha radicalizado, aunque no se puede negar el acompañamiento solidario de muchas personas, organización y de grupos sociales. Se planteó como la Iglesia también debió cambiar su dinámica pasar del ritualismo a una espiritualidad comunitaria, más centrada en lo esencial, lejos de la parafernalia propia de estas fechas. Indudablemente, se manifestó la preocupación de lo que pueda suceder socialmente si la cuarentena se prolonga, y como esta situación es algo que desborda la capacidad de quien gobierna, independientemente de la tendencia política o ideológica. La verdad es que nadie lo veía venir y nadie tiene una fórmula mágica para indicar como se debe responder. Fueron muchas cosas las que surgieron, sin embargo, casi al final salió un tema que suscita esta reflexión, además de una forma cariñosa de responder y provocar más De-bates con mis amigos Carlos Rúa, Carlos Ruiz y quienes quieran sumarse a este dialogo abierto, fraterno y respetuoso.
Ellos en una manera muy poco optimista veían en mi un ser utópico y soñador, con relación a lo que vaya a suceder después que pase esta situación de confinamiento y cuarentena. La verdad es que lo soy. Que sería de nosotros sin la esperanza de un mañana mejor. Desde joven aprendí leyendo a Bertolt Brecht que “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Y esto cala en la mente y enciende la llama de trabajar por nuevos horizontes. La utopía es precisamente esa fuerza para construir historia incansablemente, lo que ayuda a levantarnos y seguir adelante. Hoy más que nunca se hace necesario conservar la fe, la esperanza de que todo va a ser mejor. Mantengo la fe que esto nos llevará al aprendizaje de que la solidaridad, la colaboración y la fraternidad son valores fundamentales, más allá de la rivalidad, la competencia y el egoísmo. Conservo la ilusión que valoraremos la vida comunitaria como aquello que nos hace fortalecer y superar las dificultades que la historia nos presenta. Eduardo Galeano en uno de sus escritos dice: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar «
Creo que estamos en un momento privilegiado para hacer cambios significativos en nuestras relaciones cotidianas. Esta pandemia nos debe llevar a pensar en un mundo mejor, a revisar nuestras relaciones, a valorar más a las personas, más allá de sus profesiones o economías. A tener mayor cuidado y comunión con el entorno, a comprendernos partícipes de la naturaleza, hijos e hijas de esta tierra. Esta pandemia nos está llamando a revisar las dinámicas económicas, más allá de un consumismo desaforado y depredador. Creo que esta experiencia nos va a permitir vivir una espiritualidad más allá de los ritualismos.
Soy un hombre de esperanza, soy un soñador. Me hice maestro para cambiar el mundo, porque creo que las futuras generaciones no deben vivir la injusticia, la pobreza y la exclusión que hemos tenido que soportar hasta hoy. Mi esperanza nace de la inconformidad, de la rebeldía a no aceptar un sistema que someta a muchos a la indigencia. Me hice maestro para que el día de mañana ninguna persona sea tan rica que pueda comprar a otro, y, que nadie sea tan pobre para verse obligado a venderse como lo señala Rousseau. Esta indignación, me lleva a soñar que es posible otra realidad, otro mundo, que entre todos podemos construirlo. Y trabajaré incansablemente por ello.
Hoy más que nunca creo en la utopía de una escuela humana, sensible y fraterna. Creo en la capacidad humana de su solidaridad y en la compasión. Soy un idealista, amo la poesía y creo en el amor como la medicina que necesitamos para sanar los corazones heridos y maltratados. No veo en el ser humano un lobo rapaz y peligroso, veo más bien un ser que, aunque frágil tiene un potencial de construir otra realidad más humana y sensible. Y aquí traigo otra vez al maestro Galeano cuando afirma que: “Seremos imperfectos, porque la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses. Pero en este mundo, en este mundo chambón y jodido, seremos capaces de vivir cada día como si fuera el primero y cada noche como si fuera la última”
Ahora bien, mi ilusión, mi sueño y mi utopía no es ingenuidad que piensa que todo se dará mágicamente y que como los cuentos “ comeremos perdices “. No creo en un mundo imaginario e irreal, pero creo que, en esa debilidad humana, podremos tomar consciencia que no podemos seguir en esta dinámica irracional de consumismo, egoísmo y competencia. Creo que es una tarea titánica, que implica esfuerzo. Creo que la educación tiene una tarea específica: conservar la esperanza, fortalecer la ética del cuidado, propiciar la comunión y la colaboración. Por eso hoy más que nunca creo en mi vocación de maestro, porque es desde el aquí y el ahora que gestamos la transformación. Por eso hoy estoy más convencido que esta pandemia es un aprendizaje profundo, del que no vamos a salir igual. Que nuestra cosmovisión va a transformarse y con ella van a cambiar nuestras dinámicas económicas, políticas, sociales y pedagógica.
Creo que la historia la hacen los espíritus que se arriesgan al cambio, aquellos seres que conservan la esperanza de un mañana mejor. Aprendí que existen tres tipos de personas: los pesimistas radicales que al pensar que todo está perdido no emprenden ninguna acción por el cambio. Están los optimistas ingenuos aquellos que al pensar que todo es bueno y bello no generarán ningún intento por el cambio. El tercer grupo son las personas que albergan la esperanza en sus corazones. Son estos quienes generan las transformaciones, porque saben que son constructores de nueva humanidad.
Por eso amigos Carlos Felipe Rúa y Carlos Andrés Ruiz Soto, les reitero, soy un soñador y sé que no soy el único, y para finalizar les quiero invitar a seguir alimentando la esperanza en un mundo mejor, y los provoco con esta estrofa de Canto a la Libertad:
Habrá un día en que todos
Al levantar la vista
Veremos una tierra que ponga libertad
También será posible que esa hermosa mañana
Ni tu ni yo ni el otro la lleguemos a ver
Pero habrá que forzarla para que pueda ser.