Cuando era niño sucedió un hecho medio parecido a lo que pasa hoy en el mundo; se conoce como la crisis de los misiles de Cuba.
En resumen, se trató de que los gringos descubrieron que los Rusos estaban montando misiles nucleares en Cuba y ya estaban llevando en barcos las ojivas nucleares.
Se armó el bollicuscus y se alertó al mundo de que estábamos al borde de una guerra nuclear.
Por radio escuchábamos minuto a minuto por dónde iban los barcos y cuánto faltaba para el inicio de la hecatombe.
Yo estaba en en colegio y recuerdo muy bien alguna de las instrucciones:
– No mirar al cielo para no observar la luminosidad de la explosión.
– Meterse debajo del pupitre o de la cama al oír la explosión.
– Llevar en el bolsillo, en un papel, el nombre y la dirección de la casa.
Las conversaciones giraban sobre cuál era el mejor lugar para irse y qué haríamos los que quedáramos vivos (los niños no pensamos en morir) después de la explosión. Nos explicaban que las aguas se contaminan y la gente quedaría deforme.
Fueron 14 largos días de amenaza. La gran discusión era si estábamos o no cerca de las consecuencias de la tragedia nuclear. Rezabamos todas las tardes para que no llegarán hasta aquí las consecuencias.
No pasó nada. Los Rusos se devolvieron y los gringos se comprometieron a no invadir a Cuba. En la mente de los niños de la época quedaron grabados esos días apocalípticos y hoy en este aislamiento, volvió a mi recuerdo ese hecho y concluí que ésta es mi segunda vivencia de terror global.
Ñapa: Me encantaría recibir recuerdos de mis lectores que vivieron esos días, para un escrito que voy a realizar sobre el tema.