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Hace más de 60 años, en la «carriola Willis», modelo 1956, pasé por primera vez La Línea. Mi padre era viajero impenitente y, con él, nos recorrimos el País; con mi madre en el puesto de adelante y los 4 hijos en el puesto de atrás.
La odisea comenzaba en el ascenso a Sevilla y su famosa vuelta del violín; al llegar a Calarcá, comenzaban “las mil y una vueltas»; así nos decía mi papá y nos ponía a contarlas, para que no vomitáramos; era una forma de distraer el viaje.
Antes de llegar a cualquier pueblo, nos instruía sobre si teníamos que decir si éramos liberales o conservadores, por si nos paraban. En esa época, nos matábamos los colombianos por partidos políticos, cómo ahora por otros motivos.
La carretera era estrecha y una parte “de primera”, si le metía cualquier otro cambio al carro, se devolvía; era toda una aventura mítica el viaje; podía durar 6 horas o 4 días. Por eso, llevar provisiones era indispensable; no solamente mecato, papel higiénico, ropa para el frío, linterna, toallas, traje de baño (por si la varada era cerca de una cascada), almohada, etc.
Desde esa época hasta hoy, he pasado por ahí mínimo 10 veces por año; estudié desde bachillerato en Bogotá y viví ahí 45 años; mi familia en el Valle, por tanto, esa ruta ha sido parte de mi existencia.
En bus, cuando era estudiante y en diferentes vehículos, inclusive en «caravanas», que eran jeeps sin asientos ni carrocería; adelante, el chófer en una tabla y uno a su lado, con la cara envuelta con una pañoleta y anteojos, por falta de parabrisas; le cobraban a uno 300 pesos desde Bogotá.
He visto innumerables horribles accidentes, gigantescos derrumbes, he estado 2 días esperando paso y, en fin, «La Línea” es parte de mi vida; el kumis y los chicharrones de la Paloma son consustanciales de esa vía.
Desde esa época se hablaba del túnel y del ferrocarril que uniría, por debajo de la montaña, a Ibagué con Armenia; todos los gobiernos, desde Rojas Pinilla, lo prometieron, hoy es una realidad; realizada como todas las cosas nuestras, pensando en pequeño y costando 8 veces más de lo presupuestado.
Así somos y seremos siempre, por eso, lo que tenemos que hacer es celebrar que ya tengamos la primera parte; que habrá doble vía en la parte dura entre Cajamarca y Calarcá, unos por el túnel y otros por la vía actual y, que nos economizaremos un tiempo.
No hay que aguar la fiesta; ya vimos la primera parte y se hizo primero que la vía a Buenaventura, que lleva en construcción 70 años; eso ya es un gran avance.
Ponerle el nombre de túnel Darío Echandía es un acierto del gobierno; Echandía es sinónimo de unión y concordia.
Para quienes no conocen unos datos:
La distancia entre Calarcá y el alto de la línea es de 21 km; se sube de 1600 Mts. a 3300 Mts., con una pendiente máxima de 13%; a Cajamarca hay 45 Kms. y a Ibagué 79 Km.
Hoy, en vehículo pequeño, yendo bien, se emplean 3 horas; un camión entre 6 y 8 horas.
Ñapa: Ojalá la experiencia del descalabro económico y de contratación de La Línea, sirva para que nunca volvamos a contratar obras, de este tipo, con la modalidad “llave en mano”. Ya vimos que se convierte en «tumbis a la mano».
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